Café (y) solo

Diciembre, mucho más que 31 días

Jueves, 2 de diciembre del 2010

Diciembre, mucho más que 31 días

21:44

A veces he tomado decisiones precipitadas o erróneas en mi vida. A principios de mayo tomé la peor.

Todo empezó con un final. Tras una relación cortísima, y que acabó fatal, decidí abandonar el sexo. Siempre que estoy con una chica mi vida se convierte en un caos, perdiendo los papeles, dejando de ser yo. Quitando de la ecuación el sexo a la vez desaparece el sexo y sin sexo hay estabilidad. Pasé de abrazar el rollo de turno al celibato, hasta el uno de enero del 2011. De tanto remarcar la fecha en el calendario he pintado la pared.

Ya llevo ocho meses, me queda apenas uno más, y estoy muy orgulloso de cumplir mi palabra. Creo que lo llevan peor los de mi alrededor. Según mi mejor amiga me he convertido en un ogro huraño resentido con todo el mundo. Mis amigos me tratan de loco ( “con respeto te lo digo, eh” ) y unos pocos no se fían, creyendo que me callo alguna que otra. Mi padre me mira con desprecio, según él, a mi edad, 26 años, soltero y sin compromiso el reto tendría que ser acumular tangas a los pies de mi cama. Mi madre, pobrecilla, aún no sabe como encajarlo.

No os voy a engañar, no soy un triunfador, ni mucho menos, pero copulo con regularidad gracias a rollos que caducan a los dos meses máximo. Me resulta relativamente fácil mantener la castidad, pero ha hecho que descubra un par de cosas. Primero de todo: el sexo me gusta lo justo, quizás cuándo gana mi equipo de fútbol y alguna mañana que “ella” esta tonta. Ahora, en cambio, cada vez que pasa alguna mujer de buen ver por mi lado no puedo evitar una sonrisa pícara acompañada de una nota mental al estilo “pillara yo a esta y…”. Por otro lado, como vaticinó mi amiga, la que me trata de ogro, mi reto se convierte a la vez en el de ellas. Toda aquella soltera, y sobre todo ex “amigas”, que conozco y mantengo contacto me miran distinto, al estilo de un Carpanta delante un buffet libre. El mejor remedio que he encontrado ha sido rescindir mis escapadas nocturnas, antes tan frecuentes, por intensas jornadas delante el ordenador buscando vídeos y demás material para las manualidades.

Pero, querido lector, al verme virtual ganador, me ha hecho cometer la mayor de las estupideces, ponérmelo aún más difícil. Invité a la dependienta de la panadería que frecuento a tomar un café. La cita fue regular. No saber nada el uno del otro hacia que la conversación pasara de la trivialidad absoluta al silencio incomodo. Descubrí sus gustos en comida, lectura y música, poco más. Que me contara a bocajarro todos sus problemas familiares tampoco allanó demasiado el terreno. A pesar de todo me armé de valor, sin muchas esperanzas, y repetimos una semana después. En esta ocasión el tema principal pasó a ser el curriculum amoroso y preferencias sexuales, todo a petición suya. Dos horas después dimos por terminado el encuentro. Camino al piso reflexioné sobe lo ocurrido y descubrí que aquello empezaba a apuntar a una relación más allá de compartir un par de horas ingiriendo cafeína. No me equivocaba. Hemos quedado de nuevo, ahora para tomar unas cervezas y de noche. Tengo claro que no romperé mi palabra a estas alturas. El dilema, pero, es si debo contarle mi promesa ya que su reacción puede ser: a, dibujar una sonrisa lasciva y proponerse estropearme los planes o b, pensar que soy un depravado de intenciones sucias y mente retorcida.
Aún no he decidido qué haré. Pero una cosa tengo clara, será divertido.

© Ilustración: Bouman